Me cocí en mis manos tu nombre y el hilo corrió. Hoy gotas caen cuando escribo, hoy no leo nada más que manchas carmesí y las heridas no sanan.
El viento guió mis pasos y mi mirada en el murmullo te gritaba en letras pequeñas, traslúcidas que los que se encontraran permanecerían. Y tú encontraste.
Yo sigo tocando a la puerta de donde nadie vive.
Y mis manos las miro, las miro cada mañana en busca de un cambio, pero tu nombre sigue doliendo y mi manos no se detienen a descansar. ¿Será que algún día aprenderé?
Ya no sé contar estrellas, ya no sé si existe el cielo o la tierra pero sé que mi pataleo es incesante y mi respiración aún no me falla en la tarea de sobrevivir el nadar en esta marea roja. Roja de la sangre de mis manos.